
Jugando a la rayuela conoció al principito. Había venido de visita en un avión dejando su rosa en casa. Era el ser más hermoso que había visto.
Mirándose en sus ojos sentía reconocerse como a través de un espejo; mientras él hablaba, no dejaba de pensar cuánto se le parecía...
Lo escuchaba con tal atención que por momentos parecía volver el brillo a sus ojos contrastados con la tristeza de aquella tarde... El principito no era un instante, ni si quiera un momento, era un principito que encerraba millones de universos en sus manos, en su cabeza, bajo las orejas y cien mil historias para contarle en los bolsillos...
Ella le presentó a su álbum de palabras, y el álbum quedó encantado con las manos del principito, hasta la lluvia se quedó quieta ese tiempo, para no importunar, siendo que ella amaba la lluvia...
Se hizo tarde, y el principito, como todo, tenía que volver, irse al lugar de donde vino, o simplemente, como de costumbre en la cotidiadinad de ella, dejarla...
La próxima vez, será ella quien tenga miles de historias para contarle... Y el principito tendrá que devolverle esa gotita de cristal que a ella se le cayó escuchándolo...